“¡Comisión,
comisión..!”, retumbaba estentóreo el grito del jefe de la guardia entre las
sólidas paredes de piedra de la comisaría
de San Antonio de los Cobres. “Vicuñeros, vicuñeros”, rezaba el lacónico
mensaje que llevaba implícita la orden de alistarse para partir en busca de
quienes, consideraos infractores a la ley de protección de los hermosos y
valiosos auquénidos puneños, debían ser capturados, generándose a veces, por
ello, duros y sangrientos enfrentamientos. Es verdad, según el testimonio de
algunos declaran abiertamente “todos nosotros
somos vicuñeros; siempre tenemos algunos cueritos para vender”. Esto
conlleva, dentro del contexto en que transcurre, muchos interrogantes y el
porqué de esa conducta ancestral. Todos sus antepasados también lo fueron. Tal
comportamiento merece un profundo estudio, lo que invariablemente nos conduce,
indefectiblemente, al desconocimiento del habitante andino, sus usos, sus costumbres,
su idiosincrasia. Su hábitat MMMMMMMMMMM
(NdA): El artículo publicado en Todo es Historia (nº 279), en septiembre
de 1990, consta de 19 páginas y contiene notas exclusivas con protagonistas y
testigos de la realidad que se vivía en aquel espacio de tiempo que hoy es
historia. Entre los hombres dedicados a este comercio ilegal, encontramos la presencia
de varias aguerridas mujeres; la dama puneña, de apariencia humilde, no es
fácil de llevar, más cuando encontramos en ellas un atisbo de caudillismo.
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